Publicado en El Mundo, columna Mayoría selecta, 19 octubre 2025.

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Javier Gomá Lanzón

Si saliera al mercado un medicamento que lograra producir en su usuario una sensación permanente de bienestar, ¿lo tomarías? Una píldora diaria en el desayuno, sin efectos secundarios. Ninguna de las causas del sufrimiento, antes tan temidas, alteraría una felicidad perpetua químicamente garantizada. La ciencia habría inventado su obra maestra. Un auténtico chollo y, sin embargo, algo falla. Porque, indiferentes al mal de este mundo, lo seríamos también al bien –¿quién lo anhela si ya está colmado?– y, extirpado el deseo de poseerlo, viviríamos sin afectos de manera agradablemente impersonal, indistinguibles unos de otros en una misma impasibilidad farmacológica. Lo cual, so color de ganancia,
supondría una catástrofe biológica, porque ser individual es la última y suprema etapa en la evolución de la vida. Su joya más preciosa. Mejor ser desgraciado a mi manera que feliz a la de todos. Después de pensarlo, yo no tomo la medicina. ¿Y tú?

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