Publicado en El Mundo, columna Mayoría selecta, 21 septiembre 2025.

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Javier Gomá Lanzón

Cuando antaño los legisladores establecieron el derecho a la libertad de expresión no previeron el fenomenal ruido de nuestras redes sociales. En ellas, cada cual expresa lo suyo sin esperar a tener algo que decir con el resultado de esta orgía opinativa que conocemos, fuente de tanta contaminación acústica como el soplahojas. Con todo, las redes suponen un progreso civilizatorio admirable que ha venido a reparar una antigua deficiencia. En el pasado, sólo los príncipes poseían el privilegio de una identidad pública (monumentalizada en retratos, columnas o estatuas), mientras el resto permanecía sumido en oscuro anonimato. Actualmente, la tecnología digital faculta a cualquiera a crearse un perfil con foto y biografía de su elección y dotarse de una identidad principesca. Esta innovación ha obrado el prodigio: donde antes brillaba sólo el astro rey, ahora lo hacen millones de estrellas como en noche sin luna. Espectáculo sublime, aunque atruene el soplahojas.

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