
Javier Gomá Lanzón
Cuando llegan estas fechas, muchos con la mejor voluntad desean al otro un feliz verano. Yo nunca lo hago. Primero, porque, como he dejado escrito en alguno de mis libros, considero que, en la edad moderna, el concepto de felicidad debe ceder su puesto a ese otro superior de la dignidad. Y, en segundo lugar, porque desear felicidad genera unas expectativas supernumerarias que sólo pueden conducir a la frustración a poco que se compare la perfección deseada con la imperfección de nuestras vidas insuficientes. Por todo lo cual, la fórmula que uso en estos casos es la de "buen verano", toda vez que sí está dentro de lo posible tener una vida buena y que ese estado siga o mejore en esas semanas de descanso donde uno toma libremente posesión de sí mismo. Y, cuando las circunstancias lo permiten, añado a mi despedida el deseo de que el amigo sea bendecido por el mayor de los dones que existen: la creatividad. Una vida creativa.